sábado, 23 de julio de 2011

El crecimiento de la ciencia

Se ha dicho que la ciencia, en su conjunto, sigue un crecimiento exponencial. Efectivamente, todo lo que nos permite evaluar cuantitativamente esta ciencia - tales como el número de investigadores, el número de publicaciones originales por año, el número de descubrimientos en este mismo periodo de tiempo o los resultados que han producido aplicaciones -, todos estos criterios se ven duplicados cada diez años. En este sentido no deja de ser cierta la afirmación anterior, pero solamente desde el punto de vista estadístico y para el conjunto de las ciencias, puesto que con una visión más atenta, esta concepción resulta bastante alejada de la realidad.
En primer lugar, el hecho de que esta actividad se multiplicara por 30, transformaba completamente la posición de la ciencia en la sociedad. Por eso mismo, dejaba de ser un factor social de acción lenta y débil para convertirse en un factor de acción rápida y creciente. En consecuencia, su influencia desplazaba los equilibrios entre otros varios factores sociales y este cambio tenía que repercutir a su vez en el desarrollo de la propia ciencia. Así, por ejemplo, el nivel industrial -o bien el lugar de las ciencias en la prensa, libros y periódicos- influenciaba considerablemente el mismo carácter del desarrollo científico desde las primeras décadas del siglo, y en mayor manera durante los últimos cincuenta años.
Por otra parte, un crecimiento exponencial está muy lejos de dar una imagen correcta del progreso de las ciencias, especialmente cuando éste es analizado por disciplinas separadas, por regiones del mundo, o por periodos de tiempo. En lo referente a las distintas ramas de la ciencia, éstas no se encuentran en un determinado momento al mismo nivel de desarrollo, y algunas disciplinas complejas o de reciente nacimiento pueden encontrase todavía a un nivel de definición de conceptos base, o incluso en el de acumulación y clasificación de datos, mientras que otras elaboran ya los grandes principios generales: pensemos, por ejemplo, en las ciencias etnológicas y en la física. Esta situación de relativismo ha variado considerablemente en el transcurso de las últimas décadas, transformando el sistema de interacciones recíprocas de las distintas ramas de la ciencia y obligando a una profunda revisión de sus clasificaciones. Diferencias similares en el ritmo de crecimiento son de notar en el seno de algunas disciplinas entre sus aspectos teóricos y experimentales, sufriendo a veces los primeros considerables transformaciones repentinas debidas a la sola intervención de un teórico o de un pequeño grupo, mientras que los progresos experimentales suelen seguir un movimiento más regular, excepción hecha de algunos descubrimientos sensacionales. Es por ello posible constatar, en el campo de la física, durante la primera mitad del siglo XX, un retraso de la teoría respecto a la experiencia, luego un avance fulminante de la teoría planteando innumerables problemas nuevos, y más tarde quizás al contrario, en la época actual, una cierta inferioridad de la teoría para integrar el verdadero mar de fondo de los resultados de experiencias adquiridas en el campo de las partículas elementales. La gran estrategia científica consistiría pues en llevar el esfuerzo ora a una disciplina, ora a otra, a la teoría o a la experiencia; pero los hombres están, necesariamente, especializados de manera bastante considerable por sus propias funciones, y su adaptación a un nuevo terreno, aunque a menudo posible, supone mucho tiempo y esfuerzo. Con todo, asistimos a movimientos interesantes, como por ejemplo la mutación de numerosos físicos y químicos hacia la biología moderna, celular y molecular.
El rápido desarrollo de todas las disciplinas las ha llevado a extender el campo en el que el hombre penetra por su conocimiento y reina por su acción. Ya se trate de longitudes o de tiempos, de energías o de presiones, las escalas de valores de estos parámetros que recorremos habitualmente con nuestros instrumentos se han multiplicado varias veces por diez en las últimas décadas. Ha sido preciso establecer un nuevo sistema de denominaciones, puesto que ya no servían los viejos mili- y kilo-, ni tampoco los micro- y los mega-; en la actualidad los giga- y los nano- se han convertido en la moneda corriente. Pero, ¿cuánto tiempo puede durar todavía esta vertiginosa carrera? ¿No nos estaremos acercando a las propias dimensiones impuestas por las propias estructuras de nuestro Universo? Tomemos por caso las longitudes. La dimensión total del Universo accesible por los instrumentos radioastronómicos es del orden de mil millones de años-luz. Más allá, el desplazamiento del espectro es tal que pronto habrá que renunciar a conocer lo que haya. En la escala infinitesimal, hay algunos indicios de la existencia de una longitud mínima, por debajo de la cual ya no serían aplicables los conceptos de distancia. La escala total sería del orden 40 a 50 potencias de diez y no podría ser rebasada. La escala del tiempo sin duda está demasiado estrechamente ligada a las de las distancias como para sufrir la misma limitación. El caso de otros parámetros puede ser distinto, pero no obstante parece un hecho probado que no se podrán añadir indefinidamente 6 ceros cada medio siglo.

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